martes, 16 de abril de 2013

La Pasión


        La barba pincha al principio, es verdad. Pero, ¡ay, hijas mías!, esos labios, dulces como bienaventuranzas, os transportarán al reino de los cielos, dice la madre superiora, que se santigua y eleva a las alturas una mirada que parece una plegaria. Luego se pone de puntillas y besa los pies de mármol blanco. Las novicias lanzan suspiros de devoción mientras se empujan las unas a las otras para estar lo más cerca posible del crucifijo. Ahora, eso sí, continúa aleccionando la madre superiora, tened cuidado con los agujeros de sus manos, las manchas de sangre en el hábito son muy difíciles de lavar.

sábado, 6 de abril de 2013

El abrazo



 Que venga a darme un último beso, masculla  Von Hagens al oído de su médico personal. El doctor asiente, solícito, y con un rígido ademán traslada la orden a la señora Hagens. Bárbara Hagens, en el local de striptease la llamaban sólo Barbie, da un paso al frente. Osito, siento tanto que te mueras, dice, entre mascada y mascada de chicle. El viejo saca unos brazos esqueléticos y  la agarra con tal fuerza y rapidez que deja a Barbie sin aliento. Y la abraza.  Y aprieta. Sus cuerpos se funden. Se mezcan. Al deshacerse el abrazo, en la cama hay una anciana que masca chicle y  un joven esbelto se aleja silbando algo de Sinatra.

domingo, 31 de marzo de 2013

MIcrorrelato nº53: Cruz de guerra


            Mercedes consume sus días sentada en la butaca. En el rostro macilento, siempre la misma expresión sin expresión. No suele inmutarse por nada. Ni siquiera cuando, como ahora, Rafael, su marido, se desnuda y sube a la mesa con la cruz de guerra que le dieron hace 60 años.

            Pero hoy su casa está llena. Hijos y nietos han venido de visita. Todos miran la escena del abuelo, con cara de “venga, vamos, otra vez”.

            Mercedes se levanta y, con ayuda del caminador, se acerca a la mesa.

            Cerca del río Jarama, una bala del calibre 19, dice Rafael, señalándose el pecho.

            Mercedes golpea la mesa con el caminador. El marido se calla y todos se giran. Con manos temblorosas, ella también se desnuda. Deja caer la ropa a sus pies. Separa los brazos y muestra un cuerpo surcado de cicatrices.

            58 años de cinturones. No dice nada más.

            Un denso silencio se pega a las paredes, cristaliza y estalla en mil pedazos cuando cae al suelo la cruz de guerra de Rafael.

jueves, 21 de marzo de 2013

Carretera de doble sentido


        ¿Qué pasa?, murmura Manuela compungida. Baja la mirada  hacia su desnudez octogenaria y se encoge como un animal herido. Manuel la cubre con su abrigo reflectante amarillo; y vuelve a echar un vistazo a la fotografía de la mujer desaparecida. La he encontrado, dice, apretando el botón del walkie-talkie. Sólo escucha ruido blanco. Se gira sobresaltado, una mano le sujeta la muñeca. Tranquilo, dice una voz, ya te tenemos. Manuel busca su arma, pero no está donde debería. Se mira las manos, vacías, arrugadas, temblorosas. ¿Qué pasa?, murmura Manuel compungido. Entonces, alguien cubre su desnudez octogenaria con un abrigo reflectante amarillo.

domingo, 10 de marzo de 2013

"LIBRE"




    ELLOS ordenaron a sus arqueólogos escavar las ruinas de las bibliotecas. Los arqueólogos obedecieron y desenterraron libros escritos en extrañas lenguas.

    ELLOS ordenaron a sus académicos traducir los libros. Los académicos obedecieron   pero  hubo una palabra cuyo significado no comprendían.

    ELLOS ordenaron a sus sabios que meditaran sobre el problema. Los sabios obedecieron. Y cerraron sus ojos por largo tiempo. 

    Cuando los sabios contestaron, ELLOS hicieron chirriar los dientes y ordenaron a los sabios, a los académicos y a los arqueólogos que se encerraran con los libros en las bibliotecas, y que sellaran las puertas desde dentro. Y les ordenaron que, bajo ningún concepto, volvieran a pronunciar esa palabra.

    Desde luego,  obedecieron.

domingo, 3 de marzo de 2013

El coreógrafo



       Los aullidos del perro. El llanto de su hermana al otro lado de la puerta.  Las carcajadas de su madre, arrodillada a los pies del muerto. El latido de su propio corazón, golpeándole las sienes. El cadencioso crepitar de la soga de la que cuelga su padre. De repente todo encaja, se combina y se ajusta. Ritmo, armonía, melodía. Él es el primero en comenzar a mover los pies al compás, improvisando una coreografía a la que acaba uniéndose toda la familia. Hasta parece que papá chasquea los dedos.