viernes, 30 de septiembre de 2011

El rosario

“Ite, missa est” dice el anciano padre Raimundo. Los pocos fieles que le quedan se van levantando y salen de la iglesia.

Tú, como siempre, guardas el incensario y el misal, soplas los cirios y recoges las dádivas del cepillo.

El padre Raimundo se sienta en el confesionario y escucha a Don Lorenzo, el maestro. Tú sabes cuál es el pecado que está confesando Don Lorenzo. Y sabes que, la semana que viene, volverá con el mismo pecado sobre su cabeza, y sobre la tuya.

Después, cuando Don Lorenzo esté en paz con Dios, el padre te pasará la mano por el pelo y te dirá que cuanto lo siente, que no puede hacer más. Besará su rosario y se pondrá a rezar.

Te escondes en la sacristía, a barrer el suelo. Aquí las ventanas están rotas, y el viento de las Peñas de Gorbea se cuela dentro sin piedad.

Escuchas un ruido en la nave principal. Un crujido y un grito. Un banco que se vuelca.

Asomas la cabeza.

Frente al confesionario, Don Lorenzo, el maestro, está tumbado boca arriba. La cara azul y los ojos abiertos. Lleva, alrededor del cuello, el rosario roto del padre Raimundo.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El zumo

Papá la está llamando. Que baje a desayunar. Ella dice que ya va, que enseguida. Con cuidado, saca los libros y los cuadernos de la mochila y los esconde bajo la cama. Luego mete dentro algunas mudas y el neceser. Hoy no irá al colegio, sino a la estación de autobuses. A él no le molestará demasiado que se vaya. Total, ella es un estorbo, siempre lo ha sido. Este fin de semana, la mandó con los abuelos para estar a solas con su nueva amiguita. Y al abuelo, pobre, se le escapó aquello. Papá no quiso que ella naciera. Papá quiso que mamá abortara. Hijo de puta. Para él, será un alivio que se vaya, seguro. Baja a la cocina y pone su mejor sonrisa. Hoy no tiene hambre, dice, ya comerá algo de camino al cole. Ni hablar jovencita, dice papá. Y le pone en la mano un zumo de naranja recién exprimido. Según parece es bueno para las defensas. Que hace fresco y no quiere que se resfríe. Ella mira, durante un buen rato, el vaso. Luego lo lanza a la pared. Papá se queda mudo. Y la ve correr hacia su cuarto, llorando.

(microrrelato ganador del concurso quincenal de El ojo crítico)

viernes, 16 de septiembre de 2011

Un sitio para el nuevo

–Tranquilo amigo, aquí venimos a que cuiden de nosotros –ladra Toy, un caniche que habían apresado cerca la Nacional 7. El perro nuevo se acurruca en una esquina de la jaula y mira para todos lados, sin comprender.
–¿Como te llaman? –continua Toy– Bueno... estás asustado, ¿verdad? Yo también lo estaba, al principio. Pero ya no. Desde que me trajeron aquí, me han tratado muy bien. Dos comidas al día y una hora de patio, para correr... Mira, ahí viene el cuidador, buen tipo.

–Vamos Toy –dice el cuidador con una jeringuilla en la mano–, daremos un paseo.

–Enseguida vuelvo amigo, y me dirás tu nombre.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La culpa del soñador

… y la serpiente con ojos de diamantes se enrosca en tu cuello. De repente, ya no estás en la selva, ahora eres una niña pequeña y estás en una fiesta, en casa del embajador egipcio, y la serpiente ahora es un collar de diamantes…

Este es mi trabajo, soy narrador de sueños. Si la experiencia onírica de alguien es aburrida, previsible o repetitiva, y tiene dinero para pagarme, yo soy su hombre. Llenaré sus noches de emoción, alegorías imposibles, argumentos disparatados, lo que el cliente quiera.

…el embajador se te acerca y te dice: que collar tan bonito, ¿me lo enseñas? Tú dices que sí con la cabeza, ese hombre te asusta. Ya no estás en la fiesta, sino en la cocina de la embajada, estáis los dos a solas…

Es un trabajo muy delicado, sometido a una férrea ética profesional, que yo estoy a punto de romper. Me inhabilitaran, pero no me importa. Este individuo, que ahora duerme en mi diván, salió absuelto del juicio pero todo el mundo sabe la verdad. Y lo peor de todo es que nunca ha mostrado síntomas de arrepentimiento. Yo, al menos, puedo solucionar eso.

el embajador se te acerca despacio, tiene un cuchillo en la mano...

Pequeño mártir

Harum, el almuédano de nuestra aldea, estará a punto de hacer la última llamada a la oración de hoy. Hay que darse prisa, le digo a Mufid y a Fadel, que hoy yo todavía no he sido mártir. Como soy el pequeño, siempre me toca el último. Bueno, dice Fadel sonriendo, pero rápido que mamá nos espera. Cogen las pistolas y se van a montar guardia a la carretera.

Yo me coloco la mochila con los explosivos y me quedo escondido tras un arbusto, esperando el momento para lanzarme sobre ellos. De repente, los dos se giran a la vez. ¡Ahora! Salgo corriendo. Voy a gritar "¡Alá es grande!", pero me quedo paralizado. Un Jeep militar se acerca a toda prisa. Se para a nuestra altura. Miro a Fadel, parece petrificado, y está lívido. Un soldado de pelo rubio se baja del vehículo y nos mira a los tres de arriba a abajo. Señala las pistolas de plástico amarillo que tienen Mufid y Fadel en la mano. Luego dice algo, pero no le entendemos. Todos los del Jeep ríen a carcajadas.

El soldado de pelo rubio se ríe también y se gira para marcharse. Corro hacia ellos y, sin darles tiempo a sacar las armas, grito con todas mis fuerzas: BOOOOM.